Baena, en los dominios de la Campiña Alta

Según al-Idrisi, el insigne geógrafo ceutí del siglo XII, Bayyana era “una gran fortaleza construida sobre una eminencia del terreno rodeada de olivares, campos de trigo e higueras”.

El paisaje se vuelve cada vez más denso camino de Baena, ante colinas de altitud creciente que paso a paso se cubren por completo de olivares. Son los dominios de la Campiña Alta. Al fondo sobresalen con nitidez los contrafuertes serranos de las Subbéticas anunciando el imponente macizo que crece hacia el sur. El trazado de esta ruta milenaria se ajusta al pasillo que abre el Guadajoz hasta alcanzar Baena, situada en la encrucijada de las vías que se bifurcan hacia Cabra y la campiña meridional, y las que se prolongan hacia el este, en dirección a Alcalá la Real y Granada.

Habitadas desde la Prehistoria, estas tierras conocieron a mediados del I milenio a.C. un notable desarrollo demográfico, según ponen de manifiesto los numerosos poblados fortificados que surgieron ocupando las alturas. Parece ser que en esos tiempos el centro de gravedad del poblamiento de la Andalucía interior se hallaba en los rebordes de la depresión bética, más que en el fondo del Valle del Guadalquivir, donde siglos después prosperarían los asentamientos urbanos. Este florecimiento, fruto de la evolución del elemento indígena turdetano y de la influencia púnica, fue el substrato de la cultura ibérica, integrada desde el siglo III a.C en el mundo romano.

Los abundantes testimonios de la época incluyen desde imponentes esculturas zoomorfas  ̶ la leona del cerro de Minguillar, una loba amamantando a su cría, toros… ̶   asociadas a necrópolis y monumentos funerarios, a ciudadelas con murallas ciclópeas, como las del cerro de los Molinillos, Torre Morana o Torreparedones.

Vista de uno de los espacios del Conjunto Arqueológico de Torreparedones

Uno de los más recientes descubrimientos en el Parque Arqueólogico de Torreparedones ha tenido lugar en las termas romanas orientales: unos muros de más de tres metros de altura y el sistema hipocástico (o calefacción de suelo caliente) muestran un espectacular estado de conservación, en cuya puesta en valor se está trabajando en la actualidad. Muchos de los importantes objetos y restos que se han hallado en este conjunto abastecen los museos, como el Histórico Municipal de Baena y el Arqueológico de Córdoba.

Todos estos enclaves jalonaban, junto a un reguero de atalayas, la denominada “vía ibérica”, nexo de unión entre el Alto y Bajo Guadalquivir. La estratégica calzada cruzaba el Guadajoz y seguía el cauce de del río Marbella, pasando junto al solar de la desaparecida Iponuba, la ciudad iberorromana considerada el precedente de Baena y sus alrededores  ̶  Ízcar  ̶ . Se ha indicado que su denominación definitiva quizás provenga de Baius, nombre del propietario de una de las villas rústicas establecidas por los contornos.

Hay que esperar hasta el final del siglo IX, tras la llegada de los musulmanes, para contar con la primera mención directa de Baena, llamada Bayyana en árabe y citada a propósito de la rebelión de Umar Ibn Hafsún. Hacia el año 890, el caudillo muladí se apoderó de Baena en su avance hacia Córdoba, momento en que la localidad debió trasladarse a su presente emplazamiento. En el siglo X, durante el esplendor del califato, Bayyana destacaba ya como ciudad de especial relieve, perteneciente en principio a la cora de Cabra. Luego se convirtió en centro político de dicha provincia, debido quizá a su estratégica posición en los accesos del valle del Guadajoz, y figurando hacia los años 934-935 a la cabeza de una circunscripción propia. Avalan su prosperidad en estas décadas las referencias a doctores musulmanes oriundos de Baena como el insigne Qasim ben Asbag al-Bayyani (861-952), gramático, teólogo, historiador y geógrafo que viajó y estudió en Bagdad y residió en Córdoba. La fortuna de Baena palidecería con el ocaso del califato, para recuperarse después bajo las dinastías africanas de los almorávides y los almohades. Una y otra vez, Baena es mencionada entre las primeras ciudades de al-Andalus, elogiada por su producción agrícola y su desarrollo urbano, bajo la protección de una “gran qasaba bien defendida”. A mediados del siglo XII, al-Idrisi resaltaba que Bayyana era “una gran fortaleza construida sobre una eminencia del terreno rodeada de olivares, campos de trigo e higueras”.

Sobre estas líneas dos imágenes del castillo árabe de Baena antes y después de su intervención.
Como el resto del territorio circundante, hacia 1240 Baena fue ocupada por Fernando III, acogiendo desde ese momento una abigarrada población de repobladores cristianos, judíos y mudéjares, quienes habrían de constituir un apreciable porcentaje de sus habitantes, hasta las sublevaciones de la segunda mitad del siglo XIII. Durante más de doscientos años fue una de las piezas clave del sistema fronterizo castellano frente a los nazaríes, habida cuenta de la importancia vital que entonces cobró la ruta entre Córdoba y Granada, la última capital de la España musulmana.

Con reiterada insistencia, Baena aparece envuelta en las luchas que provocan las incursiones y campañas cristianas y granadinas en una y otra dirección, participando   ̶ su fortaleza y sus gentes ̶  de manera decisiva en numerosos combates y treguas. Así, en 1300 Muhammad II dirigió un duro ataque contra la población que, no obstante, consiguió resistir los asaltos. Durante este suceso tuvo lugar un duelo singular entre caballeros de ambos bandos que proporcionaría al escudo de la localidad las cinco cabezas de musulmanes que lo componen, en recuerdo de la victoria de los paladines cristianos sobre sus rivales nazaríes. Tras la derrota y muerte de los infantes regentes -don Pedro y don Juan- en la Sierra de Elvira en 1319 ante Ismail I, las ciudades de la frontera cordobesa se vieron obligadas a la firma precipitada de treguas, suscritas en Baena en 1320. Más adelante, en el invierno de 1408, las tropas salidas de la ciudad lograron derrotar en los campos vecinos al ejército del belicoso Muhammad VII, que había puesto cerco a Alcaudete, y en fecha más tardía 1433, participaron en el célebre encuentro donde fue capturado Boabdil, quien, según algunas versiones, fue encarcelado en el castillo de Baena. Simultáneamente, la población sobresalió como un pujante centro cultural, cuna de Juan Alfonso de Baena (1375 – 1435?), compilador del famoso Cancionero -con 576 composiciones de 56 poetas-, esencial para el conocimiento de la literatura hispánica. Como epílogo de esta etapa medieval cabe mencionar la estancia en Baena en 1485 de la reina Isabel la Católica durante los preparativos de sus campañas finales contra Granada. En estos tiempos Baena perteneció primero a personas de sangre real, pasando después a depender del concejo de Córdoba y, a fines del siglo XIV, a diversos señores hasta recaer en Diego Fernández de Córdoba. Su estirpe, desgajada de la Casa Aguilar, formaría linaje propio, uno de los más ilustres de la nobleza cordobesa. Su mecenazgo promovería la construcción de incontables monumentos en la ciudad y su expansión económica y demográfica. En 1566 sus señores, que ostentaban el condado de Cabra desde el siglo XV y el ducado de Sessa desde comienzos del XVI, recibieron el título de Duques de Baena.

El conjunto urbano de Baena se despliega sobre una colina rematada por la Almedina, la ciudad por excelencia, heredera de la villa amurallada medieval. Sobre las laderas hasta el llano se desenvuelven las calles, plazas y paseos trazados a lo largo de los siglos posteriores.

 

La Almedina estaba ceñida por un extenso cinturón de murallas con un castillo en la parte más elevada. Las primeras obras defensivas se remontan al siglo IX, asentadas quizás sobre un bastión romano. Fueron a continuación reforzadas y ampliadas durante el califato, y más tarde, por la intervención de almorávides, almohades y cristianos hasta alcanzar su configuración definitiva. El castillo, que llegó a contar con dos puertas y siete torres, fue reformado a fines de la Edad Media por los Fernández de Córdoba para adaptarlo a su residencia señorial. Su ulterior abandono lo convirtió en cantera para otras construcciones, quedando reducido a los restos que hoy se alzan ante la plaza Palacio, privilegiado mirador que domina una ancha panorámica de la campiña.

El circuito amurallado que elogiaron los cronistas disponía de un amplio alabacar  ̶ espacio despejado para acoger guarniciones, gentes y ganados en los momentos de peligro ̶  al pie de la alcazaba o castillo, contando con numerosas torres y puertas. En el lado sur de la Almedina aún permanecen paños de murallas y dos puertas en recodo probablemente de factura almohade, conocidas como el Arco de Consolación y el Torreón del Arco Oscuro, un baluarte de mampostería y ladrillo que aloja en su interior una sala con armadura mudéjar. Entre el caserío y en posición avanzada se distinguen asimismo varios torreones.

En el núcleo de la Almedina despunta la iglesia de Santa María la Mayor, ubicada tal vez en el solar de la mezquita aljama. Con una hermosa portada de estilo gótico tardío y una esbelta torre, la mayor parte de su fábrica se realizó en el primer tercio del siglo XVI, bajo la dirección del arquitecto Hernán Ruiz I, reformándose en los siglos XVII y XVIII. De tres naves y cabecera con bóvedas de crucero, el templo alberga una bella reja del siglo XVI, retablos y otras piezas dignas de atención.

Vista nocturna de la iglesia de Santa María la Mayor cuya construcción ocupó, según diversas teorías, el antiguo solar donde se alzaba la mezquita aljama de Baena.

 

En las inmediaciones, frente al castillo, se encuentra el convento de Madre de Dios, una de las muestras más tempranas del Renacimiento en la provincia cordobesa. Fundado en 1510 por el quinto señor de Baena, Hernán Ruiz I inició su construcción hacia 1525, sucediéndole en la obra su hijo Hernán Ruiz el Joven. La iglesia presenta una elaborada portada que da paso al interior de nave única, con bóveda de cañón, cúpula. Su magnífica capilla mayor fue diseñada por Diego de Siloé, y fue ejecutada por Hernán Ruiz el Joven, bajo bóveda de horno con relieves de motivos florales, ángeles y apóstoles. La suntuosa reja de forja y los fragmentos de azulejería del XVI, el retablo mayor de mármol, la sillería de coro en madera de nogal del XVII y un nutrido repertorio pictórico componen un notable patrimonio artístico. Entre las viviendas populares y casonas nobles a lo largo de la Almedina, y las cuestas que la rodean, resaltan otros edificios como el antiguo hospital de Jesús el Nazareno.

Ya extramuros, en el siglo XVIII se construyó la parroquia de San Bartolomé, de origen gótico, relacionada con el emplazamiento de una antigua mezquita. En las cercanías se halla la iglesia conventual de San Francisco, fundación del XVI, cuya obra corresponde al XVII. Con planta de cruz y cúpula elíptica sobre el crucero, en el interior del templo, llaman la atención la prolija decoración de pinturas murales y el retablo mayor atribuido a Jerónimo Sánchez de Rueda. De una cronología similar es asimismo la iglesia del convento del Espíritu Santo, terminada en 1774, cuya nave está presidida por un valioso retablo fechado en el siglo XVII.

La antigua Plaza del Coso, hoy de la Constitución, concentra en sus flancos y alrededores un apreciable grupo de edificaciones monumentales. En uno de sus testeros se contempla la Casa del Monte, ejemplo de arquitectura de ladrillo del siglo XVIII, con fachada sobre soportales, balcones y un retablo central con finas labores de yesería.

Muy cerca está la antigua Tercia, almacén de granos y frutos erigido en 1795 y habilitado en la actualidad como Casa de la Cultura y sede de interesantes museos. En una de sus salas se aloja el Museo Histórico Municipal, que aporta una completa lectura de la evolución de la ciudad y su territorio. Comprende desde restos paleontológicos y hallazgos prehistóricos a multitud de piezas de las distintas culturas que dejaron su huella en la localidad y su término: excelentes cerámicas, esculturas y diversos vestigios que abarcan desde las Edades de los Metales a las épocas romana, visigoda y musulmana. Entre otras piezas excepcionales se encuentran la magnífica colección de estatuaria de época romana y los más de 300 exvotos hallados en el santuario íbero de Torreparedones.

Fachada principal del castillo con una réplica de la Leona de Baena (s. IV a. C), escultura íbera esculpida en piedra que fue encontrada en el yacimiento arqueológico del cerro de Minguillar y que está en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid).

El descenso desde la Almedina y la plaza de la Constitución conduce, avanzando entre los monumentos al Judío de Baena, a José Amador de los Ríos y otras figuras de renombre, a las faldas del casco histórico, por donde se abren vías más rectilíneas, como la calle Cañada, donde está el Museo del Olivar y el Aceite, y la encrucijada de la Plaza de España y el Llano.

En sus proximidades se halla la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, ligada en sus orígenes a un convento dominico establecido en 1527. Muy transformada a lo largo del tiempo, en su interior ha de señalarse el espléndido artesonado de lacería, del siglo XVI que cierra el presbiterio, así como el fastuoso retablo mayor barroco, de fines del siglo XVII, y la talla del Cristo de la Sangre. Más allá del templo se tienden los jardines y arboledas del parque Ramón Santaella, un oasis de verdor flanqueado por casonas modernistas y añejas almazaras.

En el término de Baena abundan los rincones de interés histórico y paisajístico. Desde los antiguos bastiones, atalayas y asentamientos  ̶ Torre del Puerto, Torre Morana, Torreparedones, torre y cortijo de Ízcar… ̶, al frondoso paraje del Puente de Piedra, obra del siglo XVIII sobre cimientos romanos que salva el cauce del Guadajoz, donde se ha reconstruido una de las tradicionales norias utilizadas para el riego de las huertas.

 

Baena es sinónimo de olivar y de aceite de oliva de la calidad más exquisita. Salta a la vista al contemplar la campiña que la envuelve: una geometría infinita de legiones de olivos que cubren laderas y colinas hasta perderse en la lejanía, abarcando las tierras de su término y los municipios vecinos, desde los campos de labor y las huertas de los valles hasta los roquedales de las Sierras Subbéticas. Una visión que se acompaña del denso olor de las almazaras funcionado a pleno rendimiento durante la campaña aceitera, desde el otoño hasta finales del invierno.

Baena, totalmente bañada por un mar de olivos, es una de las zonas más prolíficas en la producción de un aceite de gran renombre internacional por su excelente calidad, gracias a la particularidad de su variedad de aceituna. En la imagen se muestra una amplia perspectiva de su olivar desde el Conjunto Arqueológico de Torreparedones.

 

 

El olivo cuenta con una larga trayectoria en suelo hispano. Aprovechado en su variante silvestre  ̶ el acebuche (olea europea oleaste) ̶   desde la Prehistoria, la olivicultura fue introducida por los fenicios, experimentando una considerable expansión bajo el dominio de Roma, cuando la provincia Bética fue la principal región productora de aceite del Imperio. Ya desde entonces, las tierras de Baena debieron contarse entre las más señaladas por sus olivares, que se incrementaron con los musulmanes, en combinación con los cereales, la vid, las moreras, frutales y hortalizas. Desde fechas tan remotas se fue forjando una auténtica cultura del olivo, el mirífico árbol símbolo de la paz y la civilización, emblema de la diosa del saber, la griega Minerva, representación de las sociedades urbanas, laboriosas y estables. A esta fructífera carga simbólica se añaden además las saludables cualidades del zumo de la aceituna y su inagotable potencial gastronómico como ingrediente básico de un rico recetario. Hoy es el eje de la Denominación de Origen Baena, marchamo que garantiza y ampara un aceite de oliva virgen extra de primerísima calidad, comercializado en medio mundo gracias a su magnífica reputación Su frescura, tono y aroma afrutado, procedente de las 45.000 hectáreas de olivar de los términos de la propia Baena y de los pagos circundantes, son sus características más notables.

El moderno Museo del Olivar y el Aceite de Baena, instalado en una antigua almazara restaurada, ofrece la oportunidad de conocer con todo detalle los variados aspectos de la cultura del aceite, desde sus antecedentes históricos, usos y gastronomía, a las formas de cultivo del olivo y los procedimientos de elaboración del aceite   ̶ molturación de la aceituna, prensado, decantación del zumo… ̶ .

Este interesante recorrido se puede completar con la visita de alguna almazara local, como el molino de Santa Lucía, que conserva toda la maquinaria de una fábrica de aceite tradicional y una bodega de 1795 con las clásicas tinajas de barro semienterradas, utilizadas antaño para depositar el aceite.

 

Por Fernando Olmedo, historiador

 

La Semana Santa de Baena ha mantenido a lo largo de más de cuatro siglos su singular modo de celebrar la pascua, añadiendo espectacularidad y gran riqueza artística a esta celebración religiosa. Los judíos coliblancos y colinegros son los personajes más característicos de la Semana Santa de Baena, constituyendo dos mitades rivales. Su presencia está ya datada en el siglo XIX y reciben su nombre en alusión al color de las crines de caballo que penden de sus cascos. Se agrupan en turbas, y acompañan, respectivamente, al toque de tambor, a las cofradías “de cola blanca” y “de cola negra” en procesiones y otros actos rituales.

 

Las Tamboradas de Baena, repiques rituales de tambores, fueron declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO en 2018.

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