Ronda, la ciudad de las cien miradas

Recorrido al encuentro de Takurunna, la ciudad hispano-musulmana que osciló entre el dominio de los meriníes de Marruecos y los nazaríes de Granada. La actual Ronda y sus atractivos se inscriben en la Ruta de los Almorávides y Almohades que impulsa la Fundación El legado andalusí.

 

Al llegar a Ronda doy rienda suelta a un impulso inevitable: pararme en el famoso puente, colgar la mirada y dejarla volar desde sus casi cien metros de altura para confirmar que estoy en esa ciudad mágica que tanto alaban los viajeros. En el lado oeste, el río Guadalevín, fluyendo desde la gran hondonada que un día fue lago, se encajona en el tajo para abrir en canal la meseta sobre la que se asienta la ciudad. Al fondo, la serranía traza en el horizonte su frontera azul. Al otro lado del puente se divisa la garganta en toda su extensión, con las casas cercanas y los jardines aterrazados acoplándose perfectamente a la piedra. Es como si la ciudad se mirase, íntima, a sí misma. Estas dos miradas son sólo las primeras que ofrece esta ciudad enredada sobre sí misma y que, por eso, resulta un continuo descubrimiento para el que pasea por sus calles.

El tajo divide la ciudad y también determina el desarrollo de su historia. Hay una Ronda Vieja y una Ronda Nueva, a cada uno de los lados de la garganta. La primera, la que se encuentra al sur, es la que más me interesa. Me he propuesto descubrir, o al menos intuir, el aspecto que podía tener la antigua ciudad hispano-musulmana que un día fue llamada Takurunna. Para ello, cuento con la mejor ayuda posible, la de los arqueólogos José Manuel Castaño y Pilar Delgado. Ella me hace notar que la zona donde se encontraba la medina es llamada en la actualidad Barrio de la Ciudad.

Nada más cruzar el puente torcemos a la derecha en busca de la plaza del Ayuntamiento, donde se ubicaba la mezquita mayor, en cuyo solar se construyó la Iglesia de Santa María la Mayor.

Parque del Retiro. Madrid.

Casa del Gigante

Para llegar allí atravesamos una zona de casonas nobiliarias, algunas de las cuales esconden, tras su fachada cristiana, viviendas de época de al-Andalus. Este es el caso de la Casa del Gigante, llamada así por albergar la escultura de un gigante de época íbera. Se trata de la típica vivienda con un patio central del que parten todas las estancias.

Vale la pena hacer un esfuerzo para imaginar qué aspecto podía presentar esta zona a finales del Califato y durante los algo más de cincuenta años de vida de la taifa beréber de los Banú Ifrán. El alminar de la mezquita se elevaría sobre el resto de los edificios; muy cerca habría un gran baño para atender a los fieles antes de ir a la oración. Y los zocos con sus tiendas-taller, las alcaicerías donde se vendían joyas y perfumes y las alhóndigas para almacenar mercancías y dar cobijo a los mercaderes, formarían un bigarrado trazado urbano sobre lo que hoy es un espacio despejado: el Parque de la Duquesa de Parcent. Más allá de los zocos, dominando la medina a un lado y al otro el camino de Algeciras, se levantaba la gran alcazaba en el lugar donde hoy está el colegio salesiano.

En este punto, sin duda uno echa de menos, más que en cualquier otro sitio, la antigua fortaleza que apenas hace cien años era todavía una corona perfecta para esta ciudad-muralla.

Catedral de la Almudena. Madrid

Muralla

En cualquier caso, aún podemos adivinar buena parte del recinto murado a los pies de la antigua alcazaba. Era este flanco nororiental el más vulnerable, la zona donde la ciudad, desprovista de la barrera natural que en el norte forma la meseta, se encontraba más desnuda.

Nos dirigimos hacia la puerta de Almocábar, situada algo más abajo, en la salida de Algeciras. Su nombre, recuerda José Manuel Castaño, hace alusión directa al cementerio, o maqabir, que existía extramuros. Sobre las tumbas musulmanas construyeron los cristianos el Barrio de san Francisco, nada más tomar la ciudad.  Esta puerta y los paños que la envuelven se encuentran admirablemente conservados, pero presentan un elemento extraño. Junto a una de sus dos torres redondas hay incrustada una puerta renacentista de tiempos de Carlos V.

Palacio Real. Madrid

Foto, Puerta de Almocábar con la iglesia del Espíritu Santo anexa a la derecha, y a la izquierda la Puerta de Carlos V.

 

En busca de la antigua medina, atravesamos la Puerta de Almocábar buscando el barrio del Espíritu Santo. La iglesia del mismo nombre presenta un aspecto más de fortaleza que de templo, algo natural, ya que fue iniciada el mismo año de la conquista, cuando la guerra todavía no había concluido.

Llegados aquí, aprovechamos para hacer una visita en los alrededores de la ciudad. Tomamos una pista cercana que nos va a llevar a la ermita de la Virgen de la Cabeza, donde se conserva una antigua iglesia mozárabe. Antes de llegar, nos detenemos atraídos por una nueva perspectiva de la ciudad. Estamos al otro lado de la hondonada que veíamos desde el puente, por la que discurre mansamente el río antes de entrar en el tajo. Aquí, más que en ninguna parte, se aprecia la condición de acrópolis de Ronda, asentada sobre una meseta, desafiante, con sus casas asomadas al precipicio como un ejército dispuesto para la batalla.

Seguimos hacia la ermita. Allí, junto a un patio encalado y adornado con arriates de flores, se abre en la roca viva una antigua iglesia rupestre, o habría que decir más bien un monasterio. Bajo el templo hay una zona doméstica que dio cobijo en su momento a una pequeña comunidad de monjes mozárabes. Parece que en Ronda los cristianos constituían una importante minoría, con bastante más relevancia que los judíos. De hecho, existen restos de otro templo Mozárabe, la llamada iglesia de la Oscuridad, en el centro de la ciudad. Hablaremos más adelante de la conquista. Ahora lo que más nos interesa son estas calles sobre las que se levantó un día el arrabal alto, uno de los dos barrios periféricos que conformaban, junto a la medina, el trazado urbano de Takurunna. El otro, llamado arrabal bajo, tenemos que buscarlo a los pies de la medina. Hacia allí nos dirigimos, pero antes nos detenemos junto a la torre de San Sebastián, un antiguo alminar con reminiscencias magrebíes en su arquitectura. No es extraño que sea así, pues en la época en que fue construido, el siglo XIV, Takurunna vivió un tira y afloja entre los emires nazaríes, a cuyo reino pertenecía teóricamente la ciudad, y los meriníes de Marruecos, que tuvieron en sus manos Algeciras y Ronda en varias ocasiones como compensación de la ayuda ofrecida a los reyes de la Alhambra contra los cristianos.  De modo que este precioso alminar es la mejor expresión del rasgo más diferenciador de la historia de la Ronda musulmana: haber sido, durante no menos de siete décadas, una ciudad andalo-magrebí, como otras muchas ciudades del Norte de África fueron, y todavía hoy son en buena medida, ciudades magrebí-andalusíes.

Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.
Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.

Iglesia de San Sebastián, con el alminar de una antigua mezquita, un claro ejemplo de arquitectura norteafricana.

A propósito de esto, Pilar Delgado comenta que la ciudad de Ronda está hermanada con Xauen, donde la huella andalusí es más que notoria. Descendiendo hacia el antiguo arrabal tropezamos con las murallas y puerta de la Cijara, o de la Higuera, reconstrucción moderna de la cerca primitiva ejecutada, con mayor o menor fortuna, por Rafael Manzano Martos.

El camino de ronda que forman la muralla propiamente y la barbacana, ese antemuro que servía de primer obstáculo para posibles invasores, desemboca cerca de los Baños Árabes. Perfectamente conservados, no se tuvo constancia de lo que eran en realidad hasta que Leopoldo Torres Balbás visitó la ciudad para constatar que no se trataba de una antigua sinagoga, como se había dicho. Se conservan el vestíbulo, hoy exento, las tres salas de baño y la zona de las calderas. También vemos varias pozas de unas curtidurías del siglo XVII. Aunque no hay constancia arqueológica que lo certifique, según se encargan de aclararme mis anfitriones, podemos suponer sin demasiado miedo a equivocarnos, que esta zona cercana al río pudo albergar curtidurías y hasta tenerías similares a las que podemos ver todavía hoy en Fez.

Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.
Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.

Interior y exterior de los Baños Árabes.

Esta tesis la podría reforzar la toponimia: al viejo puente árabe, muy cercano a los baños, se le llama también “de las curtidurías”. Sobre esta construcción, que probablemente se remonte a época romana, discurría la antigua entrada a la ciudad por el sur. Desde este humilde arco, Ronda nos brinda su postal más conocida: el Tajo, visto en todo su esplendor, con la garganta ascendiendo poco a poco, hasta topar con la impresionante arcada del puente nuevo, que parece sujetar, como un coloso, las dos paredes. Es el contraplano de esa primera mirada que busqué nada más llegar a la ciudad. Este punto es el mejor para evocar la toma de Takurunna en 1485, porque fue en este lado donde se libró la batalla definitiva. Los ejércitos cristianos idearon una estratagema bien simple y no por ello menos inteligente, sabedores de que la ciudad no era fácil de conquistar. Una vez frente a Ronda, hicieron amago de abandonar el cerco para dirigirse hacia Málaga. Los rondeños salieron en su persecución, pero fueron despistados. Las tropas cristianas, al mando del marqués de Cádiz y Fernando el Católico, se lanzaron entonces sobre la ciudad desguarnecida y tardaron poco en tomarla.En el fondo de la garganta hay todavía una mina de agua cuyo control, como es lógico, resultaba de vital importancia. Bastó hacerse con ella para que capitularan las escasas tropas musulmanas que quedaban.

La conquista supuso, como en todos lados, una transformación urbana. Se despoblaron zonas como el arrabal bajo, se transformaron otras como el arrabal alto o la medina, y se crearon barrios nuevos. José Manuel Castaño hace notar que los repartimentos dan fe de que la ciudad se les quedó pequeña a los cristianos. No es de extrañar que así fuera, pues las necesidades de espacio no eran las mismas. En algunos casos se construyó una casa cristiana allí donde antes había seis musulmanas. Resultaba inevitable crear nuevos barrios fuera de la medina, como el ya citado de San Francisco, o toda la zona que cuelga de la margen izquierda del Guadalevín. Fue básicamente por ese otro lado del Tajo por donde se fue asentando la nueva Ronda. Primero el barrio de Padre Jesús y luego, más arriba, el del Mercadillo. Eso sí, la ciudad crecía poco a poco. Prueba de esto es que el puente cristiano, destinado a unir la zona en expansión y la medina, no se terminase basta 1616. La medina seguirá vertebrando la vida de la ciudad.

Palacio Real. Madrid

La iglesia de Santa María la Mayor ocupa el solar de la antigua mezquita mayor. De época musulmana apenas se conserva parte del mihrab, junto a la puerta de acceso.

Ya hemos hablado algo de la metamorfosis sufrida por el corazón del viejo barrio árabe. La zona baja de éste, junto al río, también se transforma. Por ejemplo, se construye el bello palacio del marqués de Salvatierra. Resulta curiosa su portada, con figuras desnudas, burlescas, que denotan la influencia del arte indígena de América. Es éste un notable ejemplo de arquitectura palaciega, pero no el más importante. Ese honor le corresponde al palacio de Mondragón, cuya azarosa vida se inicia en época islámica y termina en el presente, convertido en sede del museo municipal. Este edificio cumple doblemente la función de museo. Por una parte, alberga varias salas que constituyen el área museística propiamente; por otra, su arquitectura, que ha integrado a lo largo de los siglos elementos mudéjares, góticos, renacentistas y barrocos, es ya por sí misma un espacio expositivo. A mí particularmente lo que más me llama la atención es el patio más cercano al tajo, de pasado musulmán pero cuya configuración definitiva es obra mudéjar. En sus jardines, que también conservan la impronta andalusí, es buen momento para recordar que al-Andalus no acabó con la conquista.

Tras la victoria de la cruz sobre la media luna, al-Andalus sobrevivió en los mudéjares y, más tarde, en los moriscos convertidos a la fuerza. José Manuel y Pilar me hablan entonces de que en Ronda también se levantaron en armas los moriscos. Hay un documento que habla de la asistencia de un representante de Ronda a la reunión del Albaicín que prendió la mecha de la rebelión en 1568. Tras la derrota de los insurrectos, el destierro a tierras extremeñas y aragonesas fue el preámbulo del éxodo al norte de África y el final, esta vez sí definitivo, de la presencia islámica en la Península, en los primeros años del siglo XVII.

Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.
Vista del centro de Madrid desde una de sus terrazas.

Puente Árabe, a la izquierda. A la derecha, el Puente de las Curtiderías

Salimos del palacio de Mondragón y, avanzamos por las calles de la vieja medina, bordeando el tajo para encontrarnos otra vez con el puente nuevo. Es hora ya de hablar del símbolo indiscutible de la ciudad que, sin embargo, es relativamente joven. Se terminó hace poco más de dos siglos, tras cuarenta años de obras. Esta majestuosa arcada fue edificada a conciencia, después de que un primer puente, construido a la carrera, se derrumbase llevándose por delante la vida de cincuenta almas. El puente permitió la expansión definitiva de la ciudad en el siglo XVIII por allí por donde era más factible: el norte.

Con la nueva transformación urbanística aparece también la famosa plaza de toros, la más elegante de España, obra del mismo arquitecto que trazó el puente: Martín de Aldehuela. También de este momento es una de esas casas que cuelga del otro lado del tajo, el Palacio del Rey Moro. Pese a su nombre, no es obra islámica, pero sí es la tapadera de la antigua mina de agua de la que ya hemos hablado. Sus más de doscientos escalones tallados en la piedra salvan vertiginosamente una altura de cien metros.

La imagén de Ronda se fue fraguando más tarde como mito Romántico a partir del siglo XIX. El encaprichamiento que por esta ciudad sintieron más tarde personalidades como Hemingway u Orson Welles, éste último enterrado en Ronda, explica cómo en el siglo XX se acaba consolidando una imagen idílica, que nació como leyenda imaginada, y culminó en tal como la describió Rilke, y que degeneró inevitablemente en simple cliché, en un paisaje invadido de tópicos.

 

Jesús Cano. Arabista y escritor

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