Medina Sidonia, corona sin rey

 

Hay enclaves en los que su mera localización ya predice su larga existencia, en los que su horizonte no ha cambiado: las mismas montañas, las mismas llanuras o valles… Sin embargo, la mano del hombre ha dejado inscrita su historia en todas sus épocas.

Sabe Dios cuántos siglos o milenios lleva ahí plantada sola, Medina Sidonia; nosotros lo vamos sabiendo poco a poco con lo que nos enseñan los restos cada vez más antiguos que aparecen en medio del caserío actual. La posición del cerro sobre el que se alza, entre la campiña y la sierra, seguramente invitó desde siempre al ser humano a habitarlo.

Comenzamos a ascenderlo, apenas entrado el invierno y entre la niebla que nace en su laguna con los mismos bucles que el humo de un volcán en reposo. Pero arriba luce el sol y con él llegamos hasta la calle bajo la que se encuentran los restos romanos de Asido Caesarina. Están formados por un tramo de calzada y por conducciones de cloaca que han permitido conocer la dirección del cardo.

La visión de una hermosa ventana bajo un juego de tejados nos lleva a la iglesia de Santiago, la primera edificada en la ciudad cuando esta pasó a manos castellanas. Se encuentra en el borde del farallón que mira hacia Vejer y Chiclana; casi con seguridad formaría parte de la rábida cristiana de esa orden militar, puesta ahí como defensa de las incursiones que pudieran llegar por esos caminos que se divisan a lo lejos. Estos, junto con los que llegan de Arcos y de Alcalá de los Gazules, los tres lados de uno de esos triángulos que han configurado el mundo durante una época, como el que en Grecia conforman la Acrópolis ateniense, el promontorio de Neptuno en el Cabo Sunio y el cerro del templo de Afaya en la isla de Egina, unidos por los hilos del recelo.

Los Guzmanes, con orígenes de condottieri, acabaron por ser en Sevilla “los Duques”, a secas; aún hoy la gente llama la Plaza del Duque a esa en la que continúa estando el centro de la ciudad.

Así es la historia de nuestro Mediterráneo: todos se metían en casa de todos desde que los dioses andaban por la tierra.

Sumidos en estas reflexiones hemos llegado por calles estrechas hasta la plaza que preside el edificio del ayuntamiento y que las modas de los siglos grandes convirtieron en alameda y las decimonónicas en el Salón. En el amplio zaguán del edificio consistorial   ̶ con trazas renacentistas, aunque fuera construido después ̶   hay estatuas romanas, pero no hace falta entrar para percibir los años en los que el enclave de Sidonia   ̶̶ Asido ̶   era importante en ese imperio: lo dice a las claras esta plaza sin árboles de porte a la que la gente sigue llamando alameda, aunque el único nombre que le falta es el de Foro, y a partir de él llegó todo lo demás.

Sin pensar demasiado en corroborarlo, allí están las tabernas de clientes fijos, colmadas de productos; y las dos dulcerías que en la ciudad siguen haciendo los mejores pasteles andalusíes de los 90.000 kilómetros cuadrados de esta tierra. Y en el lado opuesto, el Mercado luciendo aún líneas de la segunda mitad del ochocientos que vio su inauguración; pelea por no quedarse a trasmano de la ruta quienes salen a comprar el pan nuestro de cada día y es frontero con el Convento de San Cristóbal en cuya clausura las agustinas siguen cociendo el alfajor, la torta parda y los amarguillos.

El nombre popular del cenobio de “las monjas de abajo”, corrobora la misma división que Medina comparte con Carmona y la existencia de diversas estructuras defensivas. Después de dejar atrás la esbelta torre de la Victoria se llega, efectivamente, a la puerta principal de la antigua población, la Puerta de la Salada   ̶ por la fuente que existía en sus inmediaciones ̶   a la que hace tres siglos la devoción frailuna por la Virgen de la Pastora le cambió su denominación.

El Arco de la Pastora o de la Salada es, sin duda, la puerta califal más hermosa que queda en Andalucía, que es como si dijéramos en el mundo, la rampa escalonada que la precede la hace ser aún más altiva y uno no sabe si quedarse con la cara o el revés. Da paso a la verdadera medina; su caserío   ̶ como el de todas las cuestas que conforman la mayoría de nuestras ciudades históricas ̶   predica que durante cientos de años quedó reservado a pobres habitantes de patios de vecindad y monjas recoletas.

Pero la pulcritud de sus habitantes y, obviamente, los buenos planes de conservación del urbanismo en las últimas décadas abren y cierran con cal las calles y plazuelas recoletas que nos dejan en la explanada que mira a jerez con la estampa romántica de la ermita en ruinas del Cristo de la Sangre, enmarcada por unas palmeras ya casi bravías, y a nuestra espalda el camino que conduce a lo más alto de la ciudad.

 

Por allí llegaremos hasta la iglesia de Santa María la Mayor Coronada, después de pasar por el convento de las monjas de arriba, de iglesia circular y cúpula ochavada. En su portada lateral renacentista destaca, sobre todo, la imagen de esa Virgen Coronada, un título ducal que presagiaba las intenciones de la Casa de hacer lo mismo que el duque de Braganza en Portugal e intentar independizar Andalucía de la Corona de Castilla aprovechándose de la debilidad de Felipe IV y del estado de agitación social; entonces, en la puerta de la iglesia de la Magdalena de Sevilla apareció clavado un pliego de cordel con estos versos:

Corona sin rey
moneda sin ley
privado sin seso
dinero sin peso
consejo sin consejo
y los pobres vasallos sin pellejo.
¡Qué se le da a Sevilla
ser más de Portugal que de Castilla!

Ahí tuvo su origen una conspiración que terminó con la cabeza de algunos rodando por el suelo y con esta ciudad de Medina Sidonia traspasada a los dominios reales.

La figura de Santa María Coronada se repite no solo en el lugar principal del altar mayor, sino también sobre la puerta que da paso al claustro desde el interior de la iglesia y que, en el siglo XIV, puede que fuera la de la mezquita sobre la que, poco a poco y comenzando por los pies, se construyó.

Su riqueza patrimonial indica cómo la Casa Ducal quiso hacer de ella un emporio; incluso intentó que, dado que a finales del siglo XV el cabildo catedralicio gaditano buscó refugio allí de los ataques navales portugueses, se trasladara a Medina la sede episcopal. Quién sabe si es ahí donde radican las narraciones sobre su importancia en una época visigoda cuyos restos, luego, no aparecen por ninguna parte. El retablo de Roque Balduque o las obras de Pedro Roldán lucen, sin embargo, con inusitado esplendor. En el arco de entrada, en la capilla del Bautismo, el último Cantero talló en la clave, como simbología medieval, la cara del diablo.

Son esos ojos penetrantes los que aún bailan en nuestra cabeza cuando salimos y vemos al otro lado del castillo y, en primer término, el torreón de Doña Blanca. Doña Blanca era Blanca de Borbón, que se casó con Pedro I   ̶ Cruel o Justiciero, según quien lo diga ̶   y al segundo día fue repudiada y encarcelada sucesivamente en una decena de fortalezas españolas; su vida terminó a los 28 años, vida que fuera truncada por la flecha de un ballestero mandado por el rey.

Eso es, al menos, lo que mandó poner en el siglo XIX en una inscripción hoy ilegible, un personaje singular de Medina Sidonia, Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna, que escribió durante toda su vida y prácticamente siempre desde aquí con el pseudónimo de Doctor Thebussem (“Embuste” leído silábicamente al revés).

Don Mariano dedicó sus artículos a casi todo, pero puso especial amor en la divulgación de la Gastronomía como ciencia y en un fenómeno social que comenzaba entonces, la Filatelia. A él le corresponde el honor de haber sido quien en 1873 pusiera en circulación un medio turístico y de comunicación, hoy prácticamente en desuso: la tarjeta postal; Medina Sidonia tuvo, pues, las primeras de toda España. Tanto en lo de la vertiente gastronómica como en la de promoción por método postal, Thebussem merecería un gran homenaje por parte de la industria turística. En su ciudad tiene el premio de una calle y, hasta hace años, tuvo también el de un cine-teatro.

Hace un rato, desde el cuerpo de campanas de la torre hemos visto el mar y la costa donde miles de personas trabajaban en las almadrabas del Duque; ahora volvemos a tierra y comenzamos a bajar hacia el centro de la población bordeando las construcciones de la fortaleza nobiliaria. Pasamos delante de las Caballerizas, restauradas pero cerradas, y nos sumergimos de nuevo en el blanco de las casas con guardapolvos en los balcones y patios enjalbegados año tras año hasta que las capas de cal adquieren la capacidad de dar formas caprichosas a los peldaños de las escaleras y el brocal de los pozos.

Un tinao techa una calle convirtiéndola en pasaje, en las cuestas de las callejas nuestras pisadas suenan sobre un empedrado de toda la vida.

 

Antonio Zoido
Es escritor

Sidu ̅na- Sidonia

[…] Se dice que el mejor ámbar de todo Occidente se encuentra exclusivamente en la costa de Sidonia. En este mismo litoral se pesca también el atún, pescado que no se encuentra en las demás costas del al-Andalus. Hace su aparición en el mes de mayo, nunca antes: es la época en que sale del Mar de Alrededor (el Atlántico) para llegar al Mar Medio (el Mediterráneo). Este pescado no se pesca más que durante los cuarenta días que aparece; después de esto se marcha hasta el periodo correspondiente del siguiente año.

En la ribera de Sidona se halla también la variedad de palmera enana, llamada mukl, cuyo cogollo es tan grande que alcanza el volumen de un corazón de palmera. Las hojas de la misma planta sirven también para fabricar tamices en sustitución del esparto.

Al-Himyari
Kitab ar-Rawd al-Mi’tar (Libro del Jardín Fragante)
(En traducción de M. Pilar Maestro González. 1953)

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