Osuna, paisaje y figuras

El perfil liso de la campiña sevillana se ve interrumpido por la verticalidad de las torres de Osuna, que se alzan sobre el diseño cubista de su trama urbana. La cal y la piedra son el soporte sobre el que se representa la historia de una ciudad cuyo esplendor resuena en su grandilocuente arquitectura, en contraste con el minimalismo de sus populares casas encaladas.

Adentrados apenas en el casco histórico de Osuna, se percibe el adviento de la Semana Santa y se me ha venido a la mente, como un relámpago, el recuerdo de Manolo Rodríguez Buzón que supo intuir la fuerza de estos días y a través de ellos, marcar las diferencias que le separaban de Sevilla, tan lejana (o cercana) como Córdoba, tan equidistante en lo artístico como Granada.

Según él, en primavera florecía aquí, más que el azahar, la piedra. Y es la conjunción de piedra y cal la que confiere prestancia de antigüedad a estas calles. La invención de una antigüedad romana fue algo bastante común en las ciudades andaluzas durante los años del Renacimiento pero aquí, aunque sus santos romanos   ̶ San Arcadio, León, Donato, Nicéforo ̶   estén más bien en el territorio de la leyenda, sí es verdad que Roma estuvo en este caserío que refulge de blancura. Sus restos están ahí arriba, en Madrid, en el Museo Arqueológico Nacional: los conocidos como Bronces de Osuna o la magia de ese toro echado, que invita a imaginar el sol de Turdetania peinando los añejos cerros. Desgraciadamente, también los tesoros de Osuna llegaron hasta el Louvre, perdidos tal vez para siempre.

Fragmento de los llamados Bronces de Osuna, código legal donde los romanos inscribieron las leyes municipales tras otorgar a la ciudad el rango de Colonia Romana Iulia Genetiva. En su obra Arqueología Española, el historiador y arqueólogo alemán Emil Hübner destacaba que estos bronces eran los únicos y auténticos textos legales desenterrados correspondientes al antiguo imperio romano europeo.

El Toro de Osuna es una escultura esculpida por el pueblo turdetano que se encontró en el yacimiento arqueológico de la antigua ciudad ibérica de Urso. Se trata del altorrelieve de un toro echado que formaba parte de un monumento funerario.

Si en el Museo Arqueológico de Osuna se pueden contemplar las réplicas de los Bronces y del Toro, al aire libre se puede disfrutar de los bellos enclaves rupestres de las Canteras de Osuna   ̶ cuya explotación iniciarían los turdetanos, los “herederos de Tartessos”, según el historiador griego Estrabón ̶  y de la necrópolis romana, cuyos hipogeos (tumbas excavadas en la roca) conservan los frescos que decoraban su interior, y restos del teatro romano de la antigua Urso.

Pero todavía estamos entre los portalones, los rosarios de enrejados   ̶ diestros o zurdos ̶   de la calle Sevilla y los conventos y los templos que la jalonan. Algunos de estos son más antiguos que el caserío porque la Iglesia del Carmen es tal vez gótica o tal vez plateresca. Otras   ̶ la del Convento del Espíritu Santo ̶   puede que tengan su misma edad; todos los edificios, sin embargo, rezuman barroco, consagrado aquí como estilo propio, precisamente, cuando había dejado de ser el oficial, en el siglo XVIII.

Fachada de los antiguos juzgados que estuvieron ubicados en la que fuera la casa palaciega de Govantes y Herdara, donde destacan en la portada barroca unas imponentes columnas salomónicas.

El Siglo de las Luces, durante el que siguió en buena parte la oscuridad de España, vio como brillaba Osuna. Aquí al lado, en lo que hoy es mansión dedicada a la cultura, fundó Manuel María de Arjona su Academia de Sile. En la letra de su himno, muy anterior a La Marsellesa, encontramos los mismos rasgos heroicos de esta:

De la oscura y densa niebla
cubre a España infame velo
y a su sombra la ignorancia
extiende su hórrido cetro…

… Barbarie augusta
tu trono excelso
en vil escoria
va a ser deshecho.

La Cilla del Cabildo Colegial en la calle de San Pedro.
A la izquierda, detalle de su fachada presidida por un frontón sobre el que se centra una representación de la torre de la Giralda de Sevilla. A la derecha, vista global de la fachada.

​Pero el barroco de Osuna es engañosamente barroco y, desde luego, no es el que   ̶ engañosamente ̶   comenzó a mostrar Sevilla a principios del siglo XX, abriendo al viandante la visión de los patios de las casas-palacio. Estas fueron y siguen siendo recoletas, tanto como los conventos, o más. Dentro de ellas se incubó esa Ilustración de la que era exponente Manuel María de Arjona, pero también, aunque en el bando contrario, su hermano José Manuel, el asistente que comenzó a poner Sevilla en el mundo del turismo que había de venir. Y, una generación más tarde, Antonio García Blanco, cuyo nombre es el de la Fundación Cultural de la ciudad, pero que por muchos años fue escondido   ̶ como su funeral ̶   por sus reaccionarios.

García Blanco narró en un libro hoy desconocido, Memorias de un siglo, las tumultuosas jornadas que vivió la ciudad en el final del Trienio Constitucionalista de Riego, en 1823, en esta plaza. Cerca de ella se alza el Convento de Santa Catalina y ya dentro de ella el de la Concepción; ambos están ahí desde el Siglo de Oro, cuando la riqueza agraria atraía a monjas y frailes en busca de yacimientos y limosnas.

Sin duda, una de sus figuras españolas más notables fue Francisco Rodríguez Marín, capaz de realizar la recopilación más completa de los Cantos españoles y de recoger de la gente humilde, reunida en las tabernas, esas piezas literarias mínimas que son las Comparaciones, último jirón del barroco conceptista.

En la Plaza Mayor o del Ayuntamiento de Osuna estaba la Puerta de Teba. Sobre el recuerdo de su antiguo arco sigue estando el Ayuntamiento y, cuadrado con él, el Casino; esta Domus Virorum en la sociedad agraria se fundó poco después de la Guerra de la Independencia que aquí tuvo sus correspondientes episodios virulentos. El recinto conserva aún restos cálidos de la cultura que combinaba la philosophia vulgaris de Mal Lara con la erudición de Antonio Nicolás.

La gran obra arquitectónica renacentista de la Colegiata de Osuna se encuentra en un otero que sobresale desde la Plaza Mayor o del Ayuntamiento.

En la plaza desemboca la corredera, el paseo tradicional que existe en pueblos pequeños y en ciudades como Vitoria. Era naturalmente la calle dedicada a las tiendas y algo de eso queda aquí todavía hasta el Arco de la Pastora, la antigua Puerta de Écija, donde termina. En ella se encuentran la Iglesia de la Victoria, el Convento de Santo Domingo, en cuya mole del siglo XVII hay muchos regustos del siglo anterior y con la misma o mayor altivez la Antigua Audiencia, el Pósito Municipal, pregonando sus piedras y el esplendor de su portada, la Osuna que hacía gala de sus riquezas.

Arco de la Pastora.

En el rombo que forma la corredera con el antiguo camino de la ciudad de las torres y la calle que aún recuerda al que unía con Sevilla, se recogen los edificios más emblemáticos; edificios tan deslumbrantes como el Palacio de los Condes de la Gomera (desde hace años convertido en un magnífico hotel) y la Cilla del Cabildo, la competencia eclesiástica del pósito, donde se guardaban aquellos diezmos y primicias que recitábamos de niños como uno de los mandamientos de la Iglesia.

Así se sube a los verdaderos reductos de la poderosa Casa de Osuna, fundada por un personaje que, de haber vivido en Italia, sería tal vez tan mítico como el Medici Lorenzo el Magnífico: don Juan Téllez de Girón.

Calle Jaretilla.

Pero hemos de dejar la Osuna semi llana para adentrarnos en la que asciende con dificultad hacia la Colegiata. Ahora las calles son recoletas, como sucedió en todas nuestras ciudades nobiliarias, enclaves que fueron rellenando las modestas viviendas de los ministriles cuando el poder se hizo burgués.

Mientras el emperador Carlos V guerreaba por media Europa y Hernán Cortés le conquistaba México, el IV conde de Ureña y cabeza de todos los de esta ciudad, se dedicó a crear aquí el esplendor que aún permanece y mucho más que ha desaparecido. Él puso en lo alto de este cerro las moles de la Colegiata y de la Universidad, visibles aún desde muchos kilómetros, que hacen del skyline ursaonense un perfil acrisolado.

Él comenzó a llenar el templo de las obras de arte que lo pueblan, desde el Crucificado de Juan de Mesa, al soberbio cuadro de José Ribera que se conserva y se exhibe en la sacristía; de su afán nacieron las portadas, los retablos, los grutescos, el derroche de lienzos y esculturas que siguen asombrando al visitante.

Y para rematar el espíritu italiano se hizo construir el Panteón Ducal en el estilo plateresco de los Reyes Católicos. Trajo hasta aquí a Hernando de Esturmio, que había pintado para la catedral de Sevilla su famoso cuadro    ̶ el primero ̶   con las santas Justa y Rufina guardando la Giralda desde la misma construcción de sus cimientos, desde la época almohade, en un anacronismo, por tanto, lleno de lírica. Hasta aquí llegó para dejarnos su alegoría de la Inmaculada. También trajo de Sicilia la imagen en alabastro de la Virgen de Trapani.

Interior y patio del Panteón Ducal en la Colegiata de Osuna.

Hasta la Colegiata subirán en la madrugada del Viernes Santo a Jesús de Nazaret acompañado por cientos y cientos de cruces que portan sobre el hombro otros tantos penitentes para, en un espectáculo inigualable, recibir aquí arriba a la aurora de un tiempo nuevo, el que consagra la primavera como madre del año.

La piedra rosa de la Universidad replica la del inmenso templo en su poderoso rectángulo flanqueado por cuatro torres terminadas en conos. Para este edificio docente el de Ureña dejó sus más importantes encargos a Esturmio: siete tablas en las que destaca de forma singular una Adoración de los Reyes llena de candor.

Patio porticado de la Universidad.

Puede que en la decisión de levantar este árbol de la sabiduría   ̶ criticado en alguna ocasión ya entonces como una locura ̶   se encuentre la raíz de esa permanente transmisión del saber de la que Osuna hizo gala desde entonces siglo tras siglo.

Un poco más allá de la Universidad se levanta el Convento de la Encarnación que en un principio fue hospital, o sea, que formaba parte del entramado social con el que el enclave se dotó a mediados del quinientos. Buena parte del cenobio ha sido convertido en un hermoso museo en el que destacan los zócalos de azulejos del siglo XVIII. El más singular, el que describe con detalle la sevillana Alameda de Hércules en pleno paseo de los más variados tipos populares.

Tanto el paisaje urbano como el natural imprimen a Osuna una imagen que describe el poderío de su antigua historia.

Desde aquí arriba se divisa toda Osuna llena de torres, espadañas y juegos de tejados: una visión muy parecida a la que, seguramente, vería don Juan Téllez. Es imposible eludir su figura. Tampoco la de todos aquellos que, desde la primera Ilustración hasta el Regeneracionismo, mantuvieron la ciudad en el candelero de las ideas.

Imposible quitar todas estas figuras del paisaje.

 

Antonio Zoido
Es escritor

Share This